01 mayo, 2006

Los caballeros blancos

Guillermo Busutil

Para sacarle provecho a la vida y construir la realidad social de cada uno es conveniente dominar el arte del compás, de la escuadra y la plomada. Los tres instrumentos mágicos del escudo de los francmasones. La célebre Sociedad Secreta que, a lo largo del tiempo, ha sobrevivido a envidias y persecuciones desde los subterráneos del ámbito ciudadano y camuflada en los altos consejos de la banca, de la universidad, el ejército y la política. Todo lo contrario que otras antiguas órdenes de caballeros, más proclives a exhibir en público la ética y estética de sus principios. Los cuales se han movido siempre entre el conocimiento de la alquimia y de la filosofía y el ideal del hombre en armonía con Dios, el Cielo y la Tierra. Es decir, el equilibrio áureo entre espíritu, alma y vida, al que siempre respondieron Los Templarios de Hugo de Payens, juramentados en Jerusalén, los Caballeros de Santiago, nombrados en 1171 en León, los miembros de la Orden de Calatrava, nacida en Castilla, o los rosacruces del siglo XVII. Sociedades de armas secretas, especiales dogmas religiosos y una profunda cultura cosmológica y cosmogónica que han propiciado tantas leyendas, películas y best sellers de fantasía desbocada, con las que el personal cree viajar a los misterios del pasado que permiten descifrar los secretos y enigmas de cuadros, de catedrales y del éxito social y económico de esos hombres de pelo engominado y cuello blanco. Individuos que, pese a su apariencia de caballeros, en realidad son tiburones de las finanzas y predadores del ser humano.
Por todo lo expuesto, resulta más curioso que, en este siglo XXI, en el que la cultura del pensamiento humanista y la ética están deslegitimadas (incluso por quienes alardean de libertades y principios progresistas), aparezca nuevamente el ideal del caballero y la hermandad que los ampara. Igual que ha ocurrido en Granada, donde han sido nombrados los siete, número cabalístico, primeros miembros de la Orden del Santo Sepulcro de la Real Basilíca de San Juan de Dios, cuyo propósito es ayudar a la restauración de la basilíca y a salvaguarda de sus aspectos culturales y artísticos. Para ello es indispensable tener un título universitario, el rango de coronel, si se pertenece al ejército, no tener antecedentes penales ni las manos manchadas con la dignidad humillada de otras personas, al menos de forma conocida, pagar dieciocho euros mensuales y saber llevar con elegancia una larga capa blanca en las reuniones del gremio hermético. O lo que es lo mismo, representar esa ética y estética del hombre de armas y letras que simbolizó Garcilaso de la Vega. Cualidades difíciles de encontrar en el tejido social de una época en la que ya ni siquiera se encuentran caballeros en los casinos, en el mundillo de la alta delincuencia, en la calle o en el transporte público. Por eso está bien, además de ser curioso y divertido, que vuelva esta vieja moda ilustrada, culta, respetuosa con los derechos humanos y con cierta capacidad sensitiva, para recordarnos a todos que en esta vida, esclavizada por el consumo y el individualismo, además de por la carencia de educación, es necesaria la fantasía de las sociedades secretas, la expansión de las ideas universales del humanismo y el diálogo. De ese modo, el dinero dejará de ser el único y poderoso caballero.


Fuente:
http://www.laopiniondemalaga.com/secciones/noticia.jsp?pIdNoticia=69859&pIndiceNoticia=2&pIdSeccion=5