20 agosto, 2006

Federico García Lorca: setenta años de dudas y silencios sobre el crimen

La hija de uno de los enterradores del poeta asegura que se colocó un distintivo en su cuerpo por si algún día se recuperaran sus restos
Víctor Fernández



Barcelona- En noviembre de 1937 ya habían llegado al cuartel de Franco los rumores sobre el asesinato de Lorca. El caudillo calificaba los hechos, en entrevista con un periodista chileno, como uno de esos «accidentes naturales de la guerra», concluyendo que «queda dicho que nosotros no hemos asesinado a ningún poeta». Setenta años más tarde sabemos algo más y el «accidente» estaba mucho más controlado de lo que nos imaginábamos. Las recientes investigaciones, especialmente las que Miquel Caballero y Pilar Góngora han realizado para el todavía inédito documental de Emilio Ruiz Barrachina «Lorca: el mar deja de moverse», parece que aportan más luz sobre los enfrentamientos familiares que desembocarían en el asesinato. Pero hay más datos, algunos de ellos demasiados preocupantes porque echan por tierra varios mitos.
El 16 de agosto de 1936, García Lorca era detenido en una aparatosa operación militar dirigida por el diputado de la CEDA, Ramón Ruiz Alonso, y uno de los matones de las Escuadras Negras, Juan Luis Trescastro. Ruiz Alonso se habría encargado de redactar una denuncia contra el poeta en la que se incluían cargos como su homosexualidad o su amistad con Fernando de los Ríos. Pero el llamado «obrero amaestrado de Gil Robles» no fue el único denunciante. Lorca se encontraba alojado en la casa familiar de su amigo Luis Rosales. Sus hermanos, todos ellos destacados miembros de Falange, habían tenido un delicado papel en la conspiración de 1936. Ahora sabemos por Gerardo Rosales hijo de su tío Antonio, llamado «el Albino» y de planteamientos radicales, habría denunciado también al poeta. Se da el caso que Antonio afirmaría en 1941, durante el proceso de Responsabilidades Políticas incoado a Lorca, que «durante su estancia en mi domicilio, su conducta fue verdaderamente cristiana y ejemplar». Lo sorprendente es que Antonio Rosales no llegó a ver a Lorca nunca al negarse a coincidir con él en la casa de los Rosales. También sigue siendo triste que el escritor y académico Luis Rosales no escribiera línea alguna sobre todo aquello.
La tumba encontrada. Lorca, como cientos de granadinos víctimas inocentes de la represión, está enterrado en algún lugar entre Víznar y Alfacar. Este diario ha podido recabar dos testimonios vinculados con el grupo de enterradores del poeta. Uno de ellos es Fernando García Noguerol, íntimo amigo de Manuel Castilla Blanco, uno de los enterradores de Lorca y fallecido en 1995.


García Noguerol es el propietario de la imagen del grupo que aparece en estas páginas, fotografía de 1936, que le entregó Castilla Blanco poco antes de su muerte. Según Noguerol, la madre de su amigo llegó a trabajar en casa de los Lorca. En julio de 1936, Castilla, a quien muchos llamaban por esas fechas Manolo «el comunista» pudo salvar la vida gracias a un amigo convirtiéndose en uno de los responsables de los entierros de las víctimas de Víznar y Alfacar. El hombre, entonces un muchacho de 18 años, le diría a García Noguerol que reveló el paradero de la tumba a un estudioso «por presiones de un investigador extranjero, aunque él no sabía nada. Fueron muchos detrás de él, pero no recordaba el paradero de la tumba». El investigador habría sido, según otras fuentes recogidas por este diario, Agustín Penón a quien Castilla le debía mucho dinero. Sin embargo no parecen tan claras esas dudas, pese a las supuestas coacciones de Penón, porque Manuel Castilla Blanco indicó el mismo lugar a Ian Gibson y al periodista Eduardo Molina Fajardo.
LA RAZÓN pudo hablar ayer con una familia de Granada, los H. R., que prefirieron mantener el anonimato. Dos miembros de esta familia, que habían pertenecido a la masonería de la ciudad de la Alhambra, pudieron escapar del pelotón de ejecución trabajando como enterradores en Víznar y Alfacar. Allí coincidieron con Manuel Castilla Blanco y otros masones, todos ellos identificados como la Escuadra de Juan Simón, nombre que tomaron irónicamente de la canción «La hija de Juan Simón». La noche del 18 al 19 de agosto de 1936 supieron que estaban dando sepultura a Federico García Lorca junto a otras víctimas. Algunos de los trabajadores de la Escuadra de Juan Simón reconocieron al poeta y decidieron conservar un distintivo en el cuerpo de Lorca por si alguna vez podían ser rescatados sus restos. Nunca se removió esa tierra, según esta fuente.
A Lorca lo asesinaron junto a dos bandilleros, Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Melgar , y un maestro de escuela de Pulianas, Dióscoro Galindo González. Los familiares de estos dos últimos han reclamado la exhumación de la fosa, mientras que los herederos del poeta se niegan a que eso se lleve a cabo. La pasada semana la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica anunció que solicitará judicialmente que se identifiquen y recuperen los restos de Galindo y Galadí. Nadie más ha reclamado el cuerpo de algún pariente enterrado en este espacio, hoy tumba de centenares de granadinos asesinados por orden de José Valdés Guzmán, gobernador civil de la ciudad.
El lugar parece que hoy se ha salvado, pese a que el ayuntamiento socialista de Alfacar, dirigido por Juan Caballero Leyva, en su momento quiso construir un campo de fútbol sobre esa tumba. A no muy lejana distancia de ese fúnebre lugar, bajo el consentimiento del consistorio de Alfacar, hay un restaurante llamado la Ruta de Lorca, donde se sirven platos de pésimo nombre como lorquianitos, brocheta lorquiana o la ensalada Doña Rosita. Un acto que demuestra una escasez de conocimientos por aquellos que se creen admiradores del poeta.


Fuente: http://www.larazon.es/noticias/noti_cul26335.htm