02 noviembre, 2009

'El símbolo perdido', en los ojos de un maestro masón

Un miembro de la Gran Logia Simbólica Española analiza la obra de Dan Brown
Ignacio Merino | Madrid



"Te va a interesar". Eso me aseguró Javier Sierra hace unos días. Se refería a la, por entonces inminente, tercera novela de Dan Brown, 'El símbolo perdido'. Javier ya la había leído en inglés y yo aún no le había hincado el diente.

Mi presumible interés tenía que ver con la masonería, escenario intelectual del libro. Sin embargo, yo no sentía demasiado interés por 'El símbolo perdido'. Como autor, no me atraen demasiado los argumentos inverosímiles de intriga forzada. Como lector, me aburren.

Pero cuando EL MUNDO.es me pidió un artículo, ya no tuve escapatoria. Y debo decir que Sierra tenía razón: no sólo me ha interesado, sino que la sustancia me ha parecido apasionante.

Digo la sustancia, porque lo demás ya es otra cosa. Es evidente que el libro quiere impresionar a un público amplio y que el texto tiene un ojo puesto en el cine con un argumento que pone al espectador al borde del jadeo.

"No hay dobleces en la novela respecto a esta Fraternidad Universal"
Decepciona que el estilo sea tan simple –ojo, hablo de una escritura tan básica como la de un principiante– y tampoco ayuda la desmañada traducción.

Dicho esto, hay que convenir que la novela no es ningún engañabobos. Desde una realidad muy informada Brown traza una trama difícil pero extraordinariamente bien organizada. En su afán de construir un escenario verosímil encuentra la masonería como fuente fidedigna, tan rica en materiales nobles y tan maleable.

No hay dobleces en la novela respecto a esta Fraternidad Universal, sino un acercamiento honesto que presenta la masonería como lo que es, una orden iniciática en la que sus integrantes buscan el perfeccionamiento personal, construir su «templo interior».

Es decir, no la juzga por sus apariencias, sino desde el propósito de su método. Porque la masonería no es un 'lobby' (otra cosa es que algunos grupos masónicos puedan actuar como tales grupos), ni una conspiración política (la única lucha social es a favor de la libertad, la tolerancia y la igualdad), ni tampoco una sociedad para promocionarse profesionalmente (aunque los hermanos se ayuden, como es natural en cualquier fraternidad).

Dan Brown comprende y sostiene que la masonería no es una secta religiosa pues pasa el test de Litmus basado en tres requisitos indispensables: «Las religiones prometen la salvación, creen en dogmas precisos y tratan de convertir a los no creyentes, mientras que la masonería da negativo en los tres casos».

"No la juzga por sus apariencias, sino desde el propósito de su método"
Sobre esta base real, el autor coloca la piedra angular de su relato en los Padres Fundadores de Estados Unidos. Y así, por todo el libro planea la sombra de George Washington, su primer presidente, quien quiso hacer de la capital de la nación, surgida de la libertad y la razón, una nueva Roma.

La nueva ciudad debía ser un símbolo vivo del hombre en toda su capacidad. Es decir: de un ser humano creador y armónico, hecho con material terrestre pero a imagen y semejanza de la mente de Dios. O más bien de los dioses, puesto que Dan Brown sostiene que la divinidad es plural.

Sobre este sillar Brown ha construido un 'thriller' actual de intriga, que entretiene de verdad. Aunque en el fondo pretenda iniciar, es decir, mostrar "otra perspectiva" para que el lector modifique sus nociones y enriquezca su visión hasta sufrir una apoteosis (etimológicamente "un acercamiento a los dioses"), es decir, una transformación que lo convierta en eso: en un ser superior.

Qué pena que no esté un poco mejor escrita. Y mejor traducida.


Fuente:
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/11/02/cultura/1257167952.html